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72 SILVERIO DE ZORITA Cuando subieron a la harca la superficie del lago esta– ba tranquila, con esa pérfida tranquilidad que .precede a las grandes tempestades. De la parte occidental soipló un aire húmedo y pegajoso, y los rizos de las espumosas olas se deshacían suavemente en la arena. Pedro y sus compañeros remaban con todas sus fuerzas, a fin de alcanzar cuanto antes la otra orilla. En el rostro de Jesús se notaban señales de cansancio. Había hablado mucho durante el día, y estaba falto de sueño. Pedro Jo notó y, sin perder tiempo, prerparó en la popa una especie de almohadón hecho con un cabezal de madera y algunas de sus ropas. Jesús se recostó en aquella improvisada cama, y al poco tiempo, con el ruido acompasado de los remos,, se durmió. Pedro miró a su Maestro y se sintió orgulloso de llevar~ le en su barca. 'i Se creyó lo suficientemente seguro con tan buena com'.l_)añía en medio de aquel mar que comenzaba a revolve1·se'!i La noche era cerrada; todos los síntomas eran de que, no tardando mucho, se desencadenaría una fu. rfosa tempest~d. Los reinos se movían rápidamente, y las ansias de alcanzar la orilra eran cada vez mayores. Pedro, cada vez que empujaba los remos, miraba con curiosidad el rostro de Jesús. La tempestad llegó. En la superficie del lago se empe– zaron a ver los primeros torbellinos. La barca estaba en la zona.más tormentosa y revuelta. ·¡Bien lo sabía Pedro, que conocía palmo a palmo el lago'!] Las olas espumosas co– menzaron a llenar la harca, y fué _necesario desalojar el agua con la mano y con los vasos de cuerno que siempre llevaba para estos casos. La tormenta seguía amenazado– ra. Los trnenos y relámpagos se sucedían sin interrupción. Los apóstoles se miraban unos a otros Henos de miedo.
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