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52 SILVERIO DE ZORITA El griterío que se formó a la puerta íué ensordecedor. Simón saltó varias :veces a poner orden, pero nada pudo conseguir. Gritos, voces, lamentos, todo salía confundido de aquella apiñada multitud. La circunstancia de ser sá– bado aquel día foé motivo para que aumentase el número de curiosos. La tarde del sábado era &iempre elegida ·por la gente trabajadora para pasear, ir al lago de excursión o dedicar: se a cumplir con las visitas de amigos o parientes. Como el sábado era sagrado, no se permitía, segtin las exagera– ciones farisaicas, mover a los enfermos de un lado para otro hasta que no se hubiese puesto el sol; 1 por eso la agi– tación y los aprietos en la casa de Simón, apenas puesto el sol, ;fueron enormes. El cuadro era pintoresco y trágico a la vez. Los enfer– mos hendían el aire con gritos desgarradores. Las puert~s, las ventanas y los terrados estaban llenos de curiosos, y una nube de polvo envolvía a aquell'a mul– titud desharrapada y maloliente, 1 pero llena de fe. -Que salga el Profeta de Nazaret--gritaban mil gar– gantas. -Haya orden-gritaba, a su vez, Simón con toda la fuerza de sus pulmones. ~Que salga Jesús de Nazaret, volvía a repetir la multi– tud exaltada. Simón le dió cuenta al Maestro de lo que pasaba, y vol– vió a la multitud sonriente. -Silencio=--dijo-, el Maestro va a salir. Gritos, lloros, .manos en alto, todo bro.tó de aquella mu– chedumbre ansiosa de tocar con sus manos el.milagro. Jestis salió. Al verle, todos callaron. Simón, al lado .de sn Maestro, sonreía.
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