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36 SILVERIO DE ZORITA determinaciones, y su religión participaba de esta modali– dad; más que instruído, parecía empapado en todas las tradiciones y en todos los usos y costumbres de los más fervientes israelitas. Todos los sábados acudía a la sinago– ga para oír las explicaciones que sobre la Ley hacían los rabinos más inteligentes, y aun hubo día en que se levan– tó para pedir aclaración sobre un pasaje oscuro. La :fama de la natural inteligencia de Simón corrió rá– pidamente entre sus compatriotas, y muchos acudían a la sinagoga por oírle plantear dificultades y objeciones que los mismos rabinos se veían negros para resolver. Con todo, Simón no dejaba abandonados ni su harca, ni sus redes, y su negocio era lo que más ocupaha su co– razón. Y si es verdad que hubo días en los que tuvo que venir a casa con las manos completamente vacías, en cam– hio, otros, la •pesca fné tan abundante que estuvo a punto de romper las redes por sacarla toda. Tenía fama en. todo Cafarnaún de excelente remero, y en sus manos los. re– mos eran débiles plumas, y la harca, ligera concha que vo– laba al empn_je rte los b1·azos fornidos del joven Simón. Uno ele los días en que la pesca había sido en extremo copiosa, Jonás m.hó a su hijo con ojos bondadosos y le hizo esta sencilla confidencia : :.-.;Mira, hijo, ya ves que mi cabeza se ha cubierto de canas y que mis fne1·zas se van agotando. Es ley natural que el hombre vuelva a la tien-a de donde procede; quie– ro decir que muy pronto, tal vez, tengas que cerrar mis ojos, y antes ele que llegue ese dfa, deseo que tomes mu– jer de entre las hijas ele nuestra raza.

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