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32 S l L VER 1 O DE Z O R l TA El niño Simón se tranquilizó con las razones de su pa• dre, enjugó las lágrimas y continuó andando por entre los peregrinos, ahora sin envidiar sus vistosas vestiduras ni sus delicados 'perfumes. Llegaron al pie del magnífico templo de Yahvé, y, des– pués de pasar el atrio de los gentiles y el d·e las mujeres y subir por las amplias escaleras de mármol, entraron en el atrio de los hombres. Una vez en él, hicieron su ora– dón estando de pie, según la vieja costumbre. El peque– ño Simón jamás sintió tan profunda emoción en su alma. Muchas veces había orado a Yahvé en Betsaida con el rostro vuelto hacia donde estaba el templo de Jerusalén, pero nunca como ahora había sentido tanto :fervor al hacer– lo. En sus sueños infantiles se había representado infinidad de veces el templo de Yahvé, pero ahora le veía en toda su magnífica realidad. A pocos pasos de él estaba el Sanct.a Sanctorum, donde se escondía la gloria de Yahvé ... Todas sus ideas religiosas quedaron como estereotipadas ante aque– lla maravilla, y sus labios de niño no acertaron a pronunciar una sola palabra. j Su oración fueron las lágrimas! Jonás veía y callaba; mejor dicho, oraba con inusita– Jo fervor a Yahvé por aquel hijo, y de sus labios, curti– dos por el aire salobre del mar, brotó una súplica, la mis– ma que en aquel momento brotaba de los labios de todos : «Señor, acelera la venida del Mesías libertador.» Terminada la oración y hecha la ofrenda, Jonás y su hijo recorrieron las distintas estancias del templo, a fin de .que Simón grabase en su alma la imagen imperecedera de su primera visita a la Ciudad Santa. Le habló del altar de los holocaustos, del de los perfumes, de la mesa de los panes ácimos, del candelabro de los siete brazos de oro,

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