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BAJO EL ANILLO DEL PESCADOR 31 Ciudad, infinidad de curiosos estaban ohser:vando la di:ver– sidad de peregrinos atayiados con los trajes típiGos de las regiones de donde venían. Los Partos, los Medos, los Ela– mitas, los habitantes de Mesopotamia, los de Capadocia, los del Ponto, los de Asia, los de Frigia y de Panfilia, los de Egipto y Libia, los de Cirene, loe de Roma, los habitantes de Creta y de Alejandría... De todas las regiones del inun– do estaba formada aquella inmensa procesión, que con una sola oración en los labios, y en los ojos un mismo anhelo, caminaba trabajosamente por las calles estrechas y tortuo– sas de la Ciudad a adorar a Yah:vé, Dios suyo y Dios de sus padres. Simón, .a sus trece años, no pudo menos de quedar asombrado ante aquella inmensa multitud. ¡ El, que sólo había vísto las calles pequeñas de Betsaida, casi siempre vacías! ... ¡ El, que sólo había :visto n:iños pobres sentados sobre el polyo o a.carreando agua detrás de los asnos pere– zosos, :veía ahora aqueHa muchedumbre oe hombres y mujeres tan elegantemente vestidos! El, acostumbrado al olor penetrante de los peces y de las redes de su padre; percibía ·ahora a aquellos ricos perfumados tan delicados ... Todo esto le enloqueció, le sacó fuera de sí... y no pudo menos de romper a llorar estrepitosamente. ~¿Por· qué lloras, hijo mío?-le preguntó Jonás: Un suspiro largo y entrecortado se escapó del pecho del niño. El padre comprendió la causa del llanto. -No te apenes, hijo :mío, las riquez,as no dan la felici– dad, y la humilde ofrenda del pobre puede ser más agra– dable a Yahvé que la suntuosa del rico. Yahvé mira más la intención con que ofrece que la cantidad o calidad de la cosa ofrecida. * * *

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