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28 SJLVERIO DE ZORITA niño tuvo que prepararse para su primer viaje a la Ciu– dad Santa. * * * Llegó el día suspirado, y salieron de casa Jonás, su mu– jer y sú hijo. Simón iba :vestido con una túnica blanca d~ lino, ceñida con un cinturón de cuero. La cabeza, cubierta con un gorro de lana, y en las manos llevaba un pequeño bastón. El 'viaje lo hicieron en compañía de otras familias que formaban con ellos la caravana. Los caminos que con– du.cían a Jerusalén estaban repletos de peregrinos que cantaban y gritaban alborozados. El andar acompasado de los camellos de grandes gibas, el pausado y meditabundo de los asnos cargados de víveres y de ofrendas, las discu– siones acaloradas de los jóvenes, las disputas serias de los hombres de edad madura, los gritos estridentes de los chi– quillos y los rezos quejumbrosos de las mujeres, daban al cuadro un tinte de melancolía y al mismo tiempo de ani– mación difícil de describir. De cuando en cuando se detenían para beber un poco de agua, tan estimada, sobre todo, a la hora del mediodía; y, al atardecer, cuando el aire refrescante acariciaba los rostros y calmaba los nei·vios, se oían entonar himnos a Yahvé, repletos de gozo al pensar que pronto llegarían a la Ciudad Santa. Y era entonces, cuando, recordando la hora en que se les habían anunciado la grata nueva, prorrum– pían alborozados en gritos de entusiasmo : «Alegréme de lo que me decían : Vamos a la casa de Yahvé. Estuvieron nuestros pies en tus puertas, ¡oh Jerusalén~:· Jerusalén edificada como ciudad bien unida y compacta. A donde suben las tribus, las tribus de Yahvé, al rito de Israel para celebrar el nombre de Yahvé.

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