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IV ¡/J ASARON los años. El pequeño Simón creció hermoso como una palmera y fuerte como un cedro del Líba– . no. En casa se le enseñó a amar profundamente a · Yahvé. Todas las tardes, antes de salir a pescar, Jonás recita- ba en familia la oración de gracias. El pequeño Simón la aprendió de memoria, y en su ingenuidad infantil, la repelía muchas .veces al cabo del día. Todos los sábados acudía a la sinagoga y escuchaba con atención las explicaciones que se daban en ella de los principales •pasajes de la Ley. Entre juegos y trabajos acomodados a sus pequeñas fuerzas, el niño Simón pasó los años de su niñez, y un día, <mando ya había cum¡}lido los trece años, su padre le llamó aparte y, poniéndole la mano sobre la cabeza~ le dijo ca– riñosamente : -Mira, hijo mío. Yah:vé nos ha dado la vida •para que le sirvamos. Tienes ya trece años y estás obligado a res– ponder pOl' ti mismo ante la Ley. Yahvé te ha escogido para que formes parte de su pueblo, y, por tanto, estás obligado a ir a Jerusalén, al menos, una de las fiestas principales del año. Simón miró a su padre con la señal de las más grand<>s de las satisfacciones. Pocos días faltaban para la fiesta de fa Pascua, y el

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