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SILVERIO DE ZORITA vestido e ibas a donde querías; mas, en siendo v1eJo, ex• tenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará a donde no quieras...)) La hora de cumplirse las proféticas palabras había lle– gado. Pedro, con un valor impropio de su edad, se despo• jó del manto, se tendió sobre la cruz y dió sus manos al verdugo para _que las clavase... Sonó un golpe seco d~ martillo. El cuerpo marchito del apóstol se estremeció. De sus venas, casi exhaustas, brotaron hilos de sangre... Una sed devoradora secaba el 1paladar del venerable anciano, Ja vista se le iba apagando por momentos y, en tal cruel ago• nía, se acordó del Maestro y tuvo un rasgo heroico de hu– mildad. Dirigiéndose a los soldados que le crucificaban, Jes perdonó lo que hacían, y luego, con la voz apagada, les suplicó: -No me pongáis de 'pÍe en la cruz, sino cabeza ahajo. Los soldados creyeron que deliraba; pero, por darle gusto, lo hicieron así. Era el día 29 de junio del año 67. Por Ja colina del Vaticano corría la sangre del primer Vicario de Cristo. Su alma grande volaba al cielo, y su memOl'ia entraba en los anafos de la Humanidad...
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