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XXXIV f1a puerta de la cárcel Mamertina esperaba una escol- ~ ~a de soldados con lanzas refulgentes en las manos. Dentro de la cárcel se ofan gritos y llantos. Eran los cristianos, que lloraban. al ver a Pedro caminar al suplicio. Las puertas férreas de la prisión chirriaron sobre sus goz– nes y apareció la :figura ascética del arpóstol cargado de· cadenas. Los soldados le rodearon y comenzaron a andar camino de la colina del Vaticano. Seguían detrás del hí– guhre cortejo una multitud de cristianos de toda edad y condición. El pregonero hacía sonar su trompeta de plata con las más lúgubres notas. Un soldado, de mirada fosca, llevaba clavada sobre un astil la tablilla en que se lefa la sentencia de muerte. Pedro, con los ojos empañados por la emoción, oraba por todos y a todos bendecía... Eran las tres de la tarde cuando Hegaron a la colina del Vaticano. Un sol abrasador, hacía rebrillar los objetos con extraño res.t>landor. Pedro sintió un estremecimiento en todo su cuerpo al ver el hoyo donde ,había de levantarse la cruz, instrumen– to de su martirio. Las palabras que le había dicho el Maes– tro juntó a las alegres riberas de Tiheríades iban a tener su realización, «Cuando eras joven tú mismo te ceñías el

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