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XXXIII. A luz· de un nuevo día comenzaba a alhorea1·. Por la solitaria Vía Nomentana caminaban dos hombres en– vueltos en amplios mantos : eran Pablo y Silas, que abandonaban a su destino la ciudad de Roina, La sangre de los mártires sería, a no dudarlo, semilla ·de nuevos cristianos, pero era menester sal:var al Vicado ,de Cristo. Pedro, encorvado por los años y por los sufrimientos; ;iba apoyado en su bordón de peregrino, sumido en ese mis– ·terioso silencio, que es el mejor compañero del alma acon~ gojada. En el camino encontraron grupos de esclavos que tir11- ban de carros repletos de carne y de :verduras.. Pedro y Si– las apurawn el paso, pues las vías que conducían a la ciu– dad se iban animando por mo).nentos. Ya en las afueras, ·cerca de la puerta Cápena, divisaron u:n peregrino que ve– nía en dirección contraria. A juzgar ,por la esbeltez de su ,cuerpo y por su rapido andar, era jo:ven todavía... -Pedro, ¿ves aquel hombre que yiene hacia nosotros? -:--dijo Silas un poco preocupado. -Sí; y por cierto que me extraña la rapidez de su an- tlar; algún asunto urgente le debe traer tan de mañana a Roma...
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