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2S6 S I L V E R I O D E Z O .R.I T A heza hacia la multitud, que gritaba; oliatearon, agitarom las melenas violentamente, asP,iraron con fuerza el :vaho de la carne humana, clavaron los ojos sanguinolentos en el' grupo de cristianos, que seguían cantando, y se lanzaron sobre ellos. Silas se tapó los ojos horrorizado. Pasados al~ gunos momentos, en }a arena no quedaban lllás que infor– mes despojos. Al atardecer llegó Silas a :easa de Miryam, pálido y desencajado. Pedro, aJ verle, le abrazó y le hizo esta sofa pregunta:' ~¿Todos murieron por la ie? -=-Todos-contestó Silas. Y estrechando entre sus manos nerviosas las manos en•• jutas de Pedro, añadió : -Es preciso que te salves. La persecución se va a re•· crudecer. El emperador ha quedado satisiecho del espec• táculo de esta tarde y preipara otros nuevos. Debes salir de· Roma; la Iglesia te necesita. Pedro bajó los ojos ·pensativo, y repitió inaquinal~– mente: -«Cuando no os 1·ecibieren en una ciudad, salid de· ella y sacudid hasta el polvo de vuestras sandalias,.,)) -¿Lo ves? Roma nos desprecia; nos persigue; intenta aniquilarnos; abandonémosla y sacudamos el polvo que· se haya podido pegar a nuestras sandalias. Aquella noche Pedro la pasó en vela. Las palabras der Maestro eran claras y terminantes. Silas, el discípulo fiel, le aconsejaba salir de aquella inmunda Babilonia; su :vida– estaha en peligro, y la naciente Iglesia necesitaba de su· ayuda y dirección•• , -Saldré de Roma-se dijo-; creo que el b:ien espiri– tual de la Iglesia así lo exige~
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