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XXXII -Y N cása de Miryam reinaba un_ silencio ~e muerte. Silas, L. y Cayo hablaban en voz baJa del edicto del emp.era- dor. Pedro, pensativo, con los ojos clavados en el sue– lo, las manos recogidas y el respirar anhelante, repetía como,• sonámbulo las palabras del Maestro : «Si el mundo os abo– rrece, sabed que me aborreció a Mí primero que a vosotros. Si fueseis del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero por•· que no sois del mundo, sino que yo os escogí del mundo, por esto el mundo os aborrece... No es el siervo mayor que su señor. Si ;me persiguieron a Mí, también a :vosotros os perseguirán; si guardaron mi palabra, también guar~ · darán la vuestra.,.» Las lámparas de aceite producían de cuando en cuando" su monótono chisporroteo. Cayo Flaco, dirigiéndose a Si-· las, le dijo en :voz baja : ·~Pedro, desde la muerte de Petronila no es el mísmo•.. Ha envejecido extraordinariamente. -La amaba como un padre puede amar a su hija úni– ca-contestó Silas. --'La ausencia de esa criatura angelical ha deshecho dos é'orazones : el de Pedro y el mí~añadió Cayo Flaco. ,-:.«Os echarán de las sinagogas, pues llega la hm·a em1

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