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B A J O E L A N I L L O D E L. P E S C A D O R 231 a V ulcano. Y otros, que han sido los seguidores de esa mal– dita secta de los «cristianos». Nerón, al oír este nombre, se exaltó y dijo con :voz :ronca:, - Ya tenemos a quien echar la culpa. Propagad entre el pueblo que los incendiarios de Roma han sido los «cris-. tianos». -La idea-dijo uno de los senadores-me parece, oh César, digna de vuestro gran talento. Esa secta es abomi– nable y todos los que la conocen la odian. El pueblo está deseoso de venganza, pide :víctimas para aplacar a los dio– ses, y ningunas recibirán con más entusiasmo que las de los «cristianos». ¿No sabéis, oh :César, qué clase de gente es? ¿No habéis oído hablar de sus repugnantes reuniones? Se esconden en las catacumbas y en los sepuforos, c.onio a:ves de mal agüero, 1 para hacer mil deshonestidades. Adoran a una cabeza de asno; matan a un niño de tierna edad y se reparten en banquete su carne y su sangre. Nadie, oh Cé– sar, mejor que los «cristianos» podrá saciar la sed de ven– ganza del pueblo romano. Tenéis en vuestra mano la vo• luntad de todos. Una palabra vuestra será tomada como la más inflexible ley. Por las calles ya se oye este ,grito de ·venganza :· «·¡ Los cristianos a las :fierasT» Sólo resta que vos lo deis también. Nerón pidió unas tablillas de cera y un 1>unzón de oro, y escribi.ó : . «Yo, el Emperador, decreto y mando que sean encarce– lados inmediatamente todos los que 1 profesan la odiosa sec– ta de los «cristianos».

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