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SILVERIO DE ZORITA frañas versiones del tr'ágico suceso. Unos decían que Vul• cano, por orden de Júpiter, había prendido fuego a la ciu– dad para purificarla de sus vicios y afeminamientos. Otros, que la orden había sido dada por el mismo Nerón, cansa– do de los fétidos hedores del barrio de la Suhurra.' Quié– nes, que habían sido los esclavos, deseosos de libertad. quiénes, que la secta llamada de los «cristianos». Al atardecer de aquel día, el más trágico de la historia de Roma. las siete colinas parecían siete teas inmensas que se elevaban al cielo en misteriosa oblación. Algunos de los cristianos creyeron llegado el fin del mundo. En el bardo del Trastevere, Pedro animaba a los fieles a pedir a Dios que aquel fuego material purificase, junto con los muros de la corrompida ciudad, las almas de sus moradores. Mientras Roma ardía por los cuatro costados, Neron en su palacio imperial cantaba entusiasmado al son de la cítara, y sus cínicos aduladores aplaudían la diabólica ocu– rrencia. -Tu nombre, oh César--le dedan unos-, será recor– dado por todos los siglos. -El incendio de Roma---'añadían otros~ obra digna de tu poder... Nerón, al terminar de cantar, pareció inmutarse. -¿Saben que yo he dado la orden de prender fuego a la ciudad?-pr<"guntó lleno de miedo. -Nadie lo sospecha, señor-dijo uno de los senado– res.-- Sería horriblé que lo supiesen. El pueblo está .deses– perado y sería. capaz de hacer una revolución. · -Entonces-dijo Nerón-será mejor lanzar la especie de que los hados han producido tan grande catástrofe. ;....;Hay quienes aseguran que Júpiter ha dado la orden
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