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228 SILf'E-RlO DE ZORITA Poco después entraron en el gran· salón dos gladiadores de torsos relucientes, brazos fornidos y piernas :musculosas. A una señal del emperador, se agarraron como dos fie– ras y comenzaron la lucha. • El silencio era sepulcral en toda la sala. Sólo se oía el jadear de los luchadores y el rechinar de sus dientes, Ne– rón les seguía con ansiedad de fiera y los animaba con gri– fos estridentes. De pronto uno de fos gladiadores, arrojan– do un hilo de sangre por la boca, cayó al suelo. El vence– dor, jadeante y sudoroso, puso su pie dere.cho sobre el ven– cido y, mirando fijamente a Nerón, escuchó los aplausos del emperador y de todos los asistentes. En este momento uno de los senadores se acercó al em• perador y, con palabras aduladoras, le dijo: -'-Señor, no quedai·á completá la 6,esta si no recitáis, como sabéis hacerlo, el himno por vos ~ompuesto a la dio– sa Venus, Nerón, halagado en su vanidad, se levantó, pidió su cí– tara de oro y comenzó a cantar. La sala enmudeció. Nerón cantaba y gesticulaba como un energúmeno y, al finalizar su canto, oyó la más estruen– do.sa ovación. Nerón no pudo contener una sonrisa amplia y estúpida de vanidad y, acercándose a uno de los senadores más ínti– mos, le dijo confidencialmente : - ¿ Sabes lo que se me ha ocurrido? -Señor-'contestó el senador__,;:, estoy seguro que algu- na éosa grande. -No te equivocas. Siempre han sido la música y la poesía mi máxima ilusión, y tú sabes que varios poemas han salido de mis manos, pero hoy, ante el éxito que aca• bo de obtener con la cítara, quiero hacer un poema poético•
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