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B A 1 O E L A N I L L O D E L P E S C A D O R 21 de suponer. Todo les llamaba la atención, y los habitan– tes de la ciudad se les quedaban mirando fijamente con esa mezcla de curiosidad y de compasión tan frecuente entre los habitantes de la ciudad para los habitantes de la aldea. Sin 1 perder tiempo, Jonás y su esposa se dirigieron al templo. En el camino s.e' encontraron con otras parejas de desposados que iban, como ellos, a cumplh el rito de la presentación y de la purificación. · Después de atravesar el atrio de los gentiles y el de las mujeres, subieron la gran escalinata de quince gradas y, penetrando por la puerta de Nicanor, llegaron hasta el atrio de los varones israelitas. Allí, después de largas pes– quisas, consiguieron ver al sacerdote que estaba de turno para ejercer la ceremonia. Era anciano, y su luenga harba blanca parecía hecha de lino. Miró con ojos cansados a la madre y al niño, y después, dirigiéndose a Jonás, le pre– guntó: -;¿Es el primogénito? -Sí-respondió Jonás muy 01·gulloso. El sacerdote inclinó suavemente la cabeza, como para indicar que quedaba enterado. Después dirigió su mirada lánguida al Sancta Sanctorum, levantó las manos al cielo y se dispuso .a recitar la fórmula ritual. Antes, uno de los levitas reclamó los cinco siclos, que .J onás entregó rápida– mente. Cuando el sacerdote tuvo en sus manos los cinco si– clos, dijo así : «Estos siclos sean el rescate del primogénito y le sustituyan delante del Señor. Goce este niño de la vida para cumplir la ley y merecer la vida eterna. Haga el Se– ñor que, como se· 1a conserva mediante este rescate, se la guarde también para la ley, 1para propagar su linaje y practicar buenas obras.>) -;Amén-contestó el levita.

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