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220 SILVERIO DE ZORITA -+Ese es el muro que separa la ciudad de los muertos de la de los :vivos-dijo Silas. -Di más bien-repuso Pedro-que son vivos los que es. tán detrás de ese muro y muertos los que hemos dejado en la .ciudad... -Tienes razón, que sólo merecen el nombre de muertos los que tienen el alma en pecado mortal... La entrada de Pedro en aquella inmensa catacumba fué d~ una emoción inenarrable. La mayoría de los cristianos · que allí estaban no le conocían personalmente y le espera– ban con ilusión, Las luces de las linternas iluminaban todo el recinto, y un murmull'o de rezos se oyó a lo largo de aquella gran galería subterr:~nea. Pedro, con los ojos llenos de lágrimas, comenzó a andar por aquel gran corredor, en cuyas paredes estaban grabadas piadosas inscriipciones que señalaban el lugar donde dormían el sueño de la paz los. cuerpos de los mártires. En un recinto más amplio, iluminado por el parpadeo de un sinnúmero de lámparas de aceite, Pedro se dispuso a hablar. Reinó un profundo silencio. Sólo se oía el chispo– rroteo del aceite de las lámparas y algún que otro suspiro. Por la Vía Nomentana pasaban los últimos 1-;ehículos porta– dores de gente libre y trasnochadora. Pedro levantó los ojos húmedos por la emoción, y comenzó a hablar con suma sen– cillez, como un padre que da consejos a sus hijos. -HermaJ?-OS, des<pojaos de toda maldad y de todo enga– ño, de hipocresías, de envidias y maledicencias, y como ni– ños recién nacidos, apeteced la leche espiritual, para con ella crecer en orden a la salvación si es que habéis gustado· cuán suave es el Señor. A El habéis de allegaros,' como a piedra viva, rechazada por los hombres, pero por Dios es– cogida •preciosa. Vosotros, como piedras vivas, sois edifica-
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