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HAJO EL ANILLO D.EL P.ESCADOR. 215 ,petirlas; también ellos tenían derecho a llamar a Dios Pa~ .dre, con toda verdad. -¿ Qué te parece, Silas, de la labor. que nos espera en Roma?:-cpreguntó Pedro. -Que es enorme. -«La mies es mucha y los operarios son 1 pocos», nos dijo ,el Maestro ante los campos resecos de Sámaría... Y aquí po• .demos repetir lo mismo. -Padre-+dijo Petronila, que hasta entonces había esta– do en silencio:.....;., si el Maestro te ha encargado esparcir la semilla de su doctrina, tú no debes desanimarte ante el te– tteno, P?r muy grande y muy inculto que parezca. .-Tienes razón, hija mía, ya nos lo advirtió el Maes– tro : i «Vosotros sembráis y otros recogerán el fruto de vues– tra siembra... » Entraron en elharrio de Trastevere ya anochecido. Por las puertas de las casas salían tenues rayos de luz que ilu– .minaban débilmente la calle. Silas iba delante. Pedro y Petronila le seguían en silencio... Llegaron a una casa de aap~cto humilde. Silas llamó a la puerta y salió a abrir Miryam, una de las más fervorosas cristianas de Roma. Mi– ryam levantó la tea con que se alumbraba, y :vió por vez primera al representante de Cristo en la tierra. Se postró .ante él y le besó los pies. -Pasad, señor-dijo emocionada--. : ¡ Qué felicidad la mía poder hospedaros esta no.che en mi casa·!... ¿ Y esta jo:ven?'---'preguntó Miryam. -Es mi hija-contestó Pedro. 1 -Es joven y hermosa-repuso Miryam, y, besándola ca-

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