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214 SILVERIO DE ZORITA Por una de las plazas :vieron desfilar hombres y muje– res en confusa mezcolanza; ellos, con sus togas de amplias franjas, túnicas de púrpura de Tiro y sandalias con medias– lunas de brillantes; ellas, con sus peplos de finísimas telas, recamadas de oro y de perlas •predosas, el cabello en for– ma de pirámide o enroscado sobre la nuca, a manera de las diosas... Era al atardecer. Pedro y su hija se encaminaron alba– rrio de Trastevere, donde yivían los judíos, y al atravesar un.a calle angosta se encontraron con Silas, que les recono– ció al momento, -¿Adónde vais tan tarde y en una ciudad coino Roma? -Acabamos de desemharcar,-'fué la respuesta de Pedro. -Sabíamos, 'por un correo venido de Corinto, que lle- gabas hoy, y he salido a recibirte. Todos los cristianos te esperan con ansiedad. -¿Qué les habéis dicho de este pobre :viejo? - ¡ Qué fos :vamos a decir! Que eres el Jefe de la Iglesia designado por el Maestro. Pedro suspiró, y con gran humildad dijo :· -Di más bien, hijo mío, que soy el siervo de los sier– vos de Dios. Por entre esclavos semidesnudos, que acarreaban agua y piedras enormes, pasaron Pedro, Silas y Petronila, h_asta llegar al barrio de Trastevere. Pedro, al :ver a aquellos ín– ·felices esclavos :tratados con menos consideración que mu– chas bestias de carga, sintió que las lagrimas le abrasaban los ojos, y pensó que la sangre derramada en el Calvario había sido también para rescatar el alma de aquellos inte– líces. Sin querer recordó las palabras del Maestro:· <<Padre nuestro que estas en los cielos... » También aquellos hombres esclavos ten:ían derecho a re-
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