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XXIX ,Y N el puerto de Ostia atracó un barco procedente de L-~ Corinto. Entre los :viajeros que saltaron a tierra había un anciano de harbas blancas y espaldas encorvadas. Su aspecto era sencillo, y en sus mejillas marchitas se notaban las señales de nn prolongado llanto y en su mirada la nostalgia de mu- chas tierras y muchos mares. ' Era Pedro, que, cumpliendo un mandato divino, regresa– ba a la capital del Imperio romano sin más bágaje que la pobreza más absoluta•y sin más credenciales que la verdad prendida en sus labios. Le acompañaba su hija Petronila, joven de alma angelical. Pedro y su hija cmzaron las· elegantes calles de la gran ciudad, y ante sus ofos asombrados pasaron palacios suntuo– sos, quintas de recreo y centros de 'placer. El vicio :má1, desca– rad~ y la esclavitud más vergonzosa tenían asiento en .a,que– Ha inmensa Babilonia, emporio del arte y del oro del mundo. Siguieron caminando por la gran ciudad, quedando cada vez mlis deslumbrados por la magnificencia de los jardines, la profusión de los templos, la infinidad de las columnas de los niás caprkhosos estilos y· de los :más raros mármoles, las plazas y templos, adornados de toda clase de dioses y dio• sas, representaciones plásticas de los vicios más dégradantes.
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