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IH los cuarenta días del nacimiento del pequeño Si– món, se observó en casa de J onás un ajetreo ex– traordinario. Había llegado el momento del rescate y de 1a presentación de la madre en el templo de Jerusalén para purificarse de la mancha legal señalada en el libro del Levítico. Como sucedía con frecuencia, era además la oca– sión de llevar algún regalo a los parientes que vivían en la ciudad; por eso Jonás preparó él mismo los higos secos, al– gunos racimos de uvas y el cordero sin mancha que había de presentar en el templo como rescate. Los preparativos se hicieron con ese nerviosismo pro– pio de los hijos de la aldea cuando tienen que ir a la ciu– dad, y, sobre esta natural ilusión, J onas tenía otra más emo– cionante aún, la que abrigaba todo corazón israelita cuan.• do .se disponía a visitar a la Ciudad Santa. Jerusalén tenia tal encanto, que su solo nombre era más que suficiente para convertir al más cobarde .en el más valiente y arries– gado, y muchas veces, en el transcurso de los años, la · defensa de la adorada ciudad había hecho derramar ríos de sangre. Jonás, pues, estaba contento de su viaje, y no. menos lo estaba su mujer, la cual, aunque no tenía obligación de ir a Jerusalén, no quiso perder tan buena oportunidad.

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