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206 SILVERIO DE ZORITA vertido milagrosamente, era el más celoso defemor de fa universalidad de la nueva doctrina. -Ante Dios no hay judío ni gentil, bárbaro ni griego. -decía el famoso convertido, y estas palabras se repetía:a en todas partes como un sobrenatural estribillo... Desde que Pedro administró el bautismo al centurión Cornelio, la doctrina de Cristo se extendió r.ipidamente y el número de gentiles que ingresó en la Iglesia creció como la e&puma. Entre las ciudades que más fervorosamente redbieron la buena nue:va, fué Antioquía. La predicación de Pablo de Tarso, enérgica y avasalladora, comenzó a llenar las si– nagogas de convertidos, sobre todo del gentilismo. Esta mezcla de gentiles y judíos no tardó en producir un extra– ño desasosiego, pues mientras los venidos del judaísmo se– guían con sus prácticas externas de la Ley de Moisés, entre las cuales la más importante era la circunscisión y la }ni• vación de alimentos inmundos, los :venidos de la gentilidad se negaban a circuncidarse y a practicar los ritos de los ju– díos, apoyados en esto por la predicación y el ejemplo de Pablo y su compañero Bernabé. La tirantez que resultó de estas diferencias fué grande, y los judaizantes llegaron a decir y· defender en público qi.1e sin la circuncisión no era posible la salvación. El problema, tan duramente planteado, era menester re– solverlo cuanto antes y con la máxima autoridad. Un día Pablo y Bernabé salieron de Antio·quía, camino de Jerusalén. Al salir se encontraron con eJ jefe de la filina– goga, que lee preguntó :
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