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200 SILVERIO DE ZORITA y la voz lastimera de un ))regonero que anunciaba el de– creto de Herodes. Todos los discípulos del Nazareno serían encarcelados inmediatamente, y a los denunciantes se les entregarían cuantiosas sumas de dinero. La envidia y la ambición no tardaron en lanzarse a la calle. Se buscó a los discípulos de Jesús como a dañinas ali– mañas, y las cárceles de Jerusalén fueron estrechas $Jara con– tenerlos a todos. Uno de los primeros en pisar los hórridos calabozos fué Jacobo, hermano de Juan. Llevado a la presencia de Herodes, éste le sometió a inil preguntas, a las que el «Hijo del trueno)) contestó con toda firmeza y valentía. -'-¿Eres tú discípulo de Jesús el Nazareno, que murió crucificado? -Sí lo soy-contestó Jacobo--'-, ))ero os he de decir que ha resucitado, y nosotros somos testigos de ello. -e.No me importa si resucitó o no-repuso Herodes de mal humor-. Sé que eso que dices es una nueva rpatraña inventada por vosotros para seguir engañando al pueblo ... -'-La patraña es la vuestra, que habéis dado en decir que, estando durmiendo los centinelas, nosotros robarnos el cuer– po muerto del Maestro. Si estaban durmiendo, ¿cómo nos víeron robarle? Y si estaban dormidos, ¿por qué les ponéis por testigos de una cosa que no vieron? '¡Verdaderamente, que la 1 patraña es la que vosotros habéis inventado'!'... Ante aquellas palabras de energía y sinceridad, Herodes, fuera de sí, mandó degollar a J acobo en la cárcel. Al saberse la noticia de la muerte de Jacobo, el pueblo se congregó ante el palacio de Herodes pidiendo a grandes voces la cabeza. de todos los seguidores del Nazareno. Herodes, envalentonado con el éxito que había tenido en el pueblo la muerte de J acobo, llamó a su palacio a Anás

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