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198 SILVERIO DE ZORITA impuro.» Esto sucedió por tres veces, y luego todo aquel paño fué recibido otra vez en el cielo. En aquel mismo punto llegaron a la casa donde yo estaba 1hospedado tres hombres :venidos de Cesarea, y me dijo el Espíritu que fuese con ellos sin escrúpulo alguno. Entonces :me acprdé de lo que dijo el Señor: «Juan, a la :verdad, bau– tizó con agua; mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo.» Pues si Dios les dió a los gentiles la misma gracia y del mismo modo que a nosotros, que hemos creído en nues– tro Señor Jesucristo, ¿quién spy yo para oponerme al desig– nio de Dios? En la sala reinó un profundp silencio. Los que antes se habían mostrado tan exigentes, ahora callaban avergonza– dos. Nadie osó negar el milagro, y menos oponerse al deseo de Dios, tan claramente manifestado. Pedro se sentó. Sus ojos, cansados, miraron a los acusa– dores con una mirada dulce y benigna. Aquell'os ojos, que todas las noches, al canto del gallo, se humedecían con las lágrimas del arrepentimiento, no po– dían menos de bendecir la misericordia de Dios, que había admitido en la Iglesia a los gentiles. La reacción de la asamblea fué emocionante. Todos co– menzaron a decir en voz alta : -También a los gentiles Dios ha concedido la gracia de la penitencia para alcanzar la vida. Lo que Dios ha he– cho nosotros no lo podemos deshacer.

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