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184' SILVER'IO D~· ZORJT.A Las éá'rct'les de Jerusalén fuemn p~queñas para ~onte• ner al gran número de los discípulos de Jesús, y, como suele acontecer en esos momentos en que .el poder públi– co, lejos .de castigar los desmanes, los aprueba con su si– lencio, las turbas, envenenadas, tomaron la justicia por su mano, apaleando e injuriando de mil modos a todos los que simpatizaban con la doctrfoa del Nazareno. "La persecución adquirió carácteres alarmantes. Pedro,. como jefe de la na.ciente Iglesia, dió órdenes para que cada uno se pusiese a salvo por· el medio que le fuese más se– guro. Por las calles de Jerusalén salieron infinidad de Jier: manos camino de Samaria. Entre los huidos llegó Felipe, uno de los siete diáco– nos elegidos por los apóstoles para atender a los pobres y admini¡;tr~rJos bienes de la Iglesia. Felipe realizaba es• turpendos milagrós, por lo que no tardaron los samarita– nos en rodearle, ávidos de contemplar con sus propios ojos tan singulares ;maravillas. Entre ellos acudió un tal SimiSn, mago de oficio, el cual, con. trucos y trampas, embaucaba! a Ja gente sencilla de tal forma que . muchos le veneraban como a dios. Simón, con ·sus magias, había hecho uri buen negocio y, sobre todo, había ganado tal prestigio, c¡ue su: sólo nombre se pronunciaba con respeto y veneración. Simón, al :ver. que Felipe hacía aquellos. milagros .. sin necesidad de trucos y .combinaciones~ se creyó arruinado y, cur~ndose. en salud, se acercó a Felipe y le hizo esta a;ncilla proposfoión ; ;....;~eño,r, VCQ q:m:1. tus ,maravillas no tienen nada que ver eon las. c¡ue yo hago. ~eamos amigos: ·· El santo .. diaéono le bautizó, y desde aquel día Simón mago siguió a Felipe a todas partes.
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