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180 SILVERIO DE ZORITA llamó a sus eon:tpañeros, que se despertaron despa:voridos. Los guardias miraban todo aquelfo sin poder explicárselo... Querían gritar, hacer algo, pero una fuerza extraña les sujetaba los pies y las manos. El hombre misterioso soltó las cadenas de los preso8, abrió la puerta de la cár~l y se llevó consigo a Pedro y a sus compañeros. El misterioi;o personaje era un ángel del Señor. Pedro y sus comrpañeros no acababan de dar crédito a sus ojos hasta que se vieron sanos y salvos en una de las éalles más céntricas de la Ciudad. -Id al templo-'-les dijo entonces· el ángel-'-y predicad con libertad las palabras de :vida que habéis aprendido.' *** Cuando los apóstoles entraron en el templo ya había acudido mucha gente a hacer su oración. Al ver i Pedro quedaron llenos de espanto, pues todos sabían que el Sanedrín les había metido en la cárcel la tarde anterior. Pronto se corrió la noticia, y Pedro se vió rodeado de un numeroso público. La noticia de la liberación misteriosa no tardó en lle– gar a oídos de los miembros del Sanedrín. El Sumo Sacer– dote estaba ·durmiendo cuando se lo comunicaron, sé le– vantó rápidamente y, reunido el Cónsejo, se tomaron to– das las medidas para ahogar cúantó antes aquella · nueva manifestációri que a ellos les traía locos y al pueblo re– vuelto. Si les dejaban predicar, los vencidos sedan ellos, y esto había que evitarlo a toda costa. · · Anás, que sabía mucho de. políticas >astutas y enrevesa– das, esta v~z ri~ acertó a decir más qué una sola pálabra :·

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