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XXIV ~ la oscura cárcel de Jerus.alén, entl-e una tm:ba de la• e- drones y gente de mal vivir, pasó Pedro aquella no• che. Alas tres de la mañana comenzó a llorar amar– gamente. Sus compañeros comprendieron inmediatamente la causa de aquellas lágrimas. ¡ En una casa vecina había can– tad.o un gallo, y Pedro recordó una vez ;más su triple nega,. ción en el huerto de los Olivos !i -¿Por qué llóras?-le preguntaron loa guardias. Pedro no contestó. ¡ Era demasiado íntima la causa de sus lagrimas para explicársela a aquellos hombres! -Es un loco,-dijo uno de los guardianes-. A buen seguro que llora de rabia porque le hemos privado de an• dar a sus anchas dando :voces por las plazas y calles de Jerusalén. . Los guardianes no cesaban de mirarle con curiosidad. De pronto, una luz extraña ínundó el calabozo. La luz procedía del cuerpo de un hombre desconocido que, a pe· sar de estar todas las puertas cerradas, había logrado en• trar. Los guardias, al verle, quedari:>n sobreoogidos de terror. ¿ Quién habría abierto la •puerta? Sin duda, alguno do los alguacilea se había dejado sobornar.., El hombre misterioso se .acercó .a Pedro, )e habló y

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