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76 SJLVERJO DE ZORITA -Idénticas-repuso Safira. -¿Por qué os hahéi& concertado para tenlar al Espí• útn Santo? Safira temblaba como una hoja azotada por eL:vend.aYaJ._ En aquel momento se oyeron fuera pisadas de homhres. -¿No oyes 1 pisadas? --Sí. -Son de dos jóvenes que vienen de enterrar a tu ma- rido, y te :van a llevar· a ti. Safira, al oír estas palahras, cayó a los pies de Pedro y expiró. Los jóvenes que habían enterrado a Ananías entraron ;-º vieron el cadáver de Safira. -Cogedla a ésta también-ordenó Pedro-~, y dadle se– pultura junto a su marido. Los jóvenes levantaron el cuerpo inerte, lo envolvieron en un lienzo y se lo llevaron. Entre los fieles no tardó en correrse la noticia del trá– gico fin de Ananías y Safira. La muerte de los infortunados c~posos íué una elocuente lección. La fama de los seguidores del Nazareno seguía en au– mento. En toda Jerusalén no se hablaba de otra cosa, y los miembros del Sanedrín comenzaron a intranquilizarse con los rumores que les llegaban. Desde hacía algunos años Jerusalén pasaba pm frecuen– tes momentos de exaltación, y el pueblo sencillo recibía toda novedad de tipo religioso con el mayor entusiasmo. Los sanedritas lo sabían, conocían perfectamente 1a _psico– lo¡~fa de su pueblo y temían que se repitiese una vez más
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