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BAJO EL A N 1 L LO DEL PESCAD O R 175· ·-Ananías, ¿por qué has dejado a Satanás apoderarse \a ira: A.nanías y, devolviéndole el dinero, le dijo lleno de san– de tu corazón y has mentido al Espíritu Santo reteniendo parte del precio? ¿Quién te quitaba el conservarlo todo? ¿Pues a qué fin has urdido en tu corazón esa trampa? No lrns· mentido a los hombres, sino a Dios. Apenas había terminado de pronunciar Pedro estas pa– labras cuando Ananías cayó al suelo herido de muerte.. Los que estaban presentes temblaron de pies a cabeza. Pedro quedó en pie, con los ojos clavados en el cadá"" ver, que se retorcía con los últimos espasmos de la muer•• te; luego, en voz alta, ordenó:· -•Que vengan dos jóvenes de los más fue1·tes y que lo entierren. Entraron los jóvenes con unas parihuelas y se lo lleva– ron. Pedro aprovechó aquellos momentos de terror para hacer un discurso ·sobre el apego excesivo a las riquezas. Los labios le temblaban al describir la muerte reipentina de Ananías. Pasaron tres horas. Sa:fira, extrañada de que su mari- do no volviese a casa, se dirigió al cenáculo. -¿No está aquí mi marido?-preguntó. La portera, sin contestar, subió a avisar a Pedro. -'Safira, la mujer de Ananfas, está ahajo y te espera. Pedro bajó muy serio. Safüa quedó extrañada de que - Pedro, tan amable, la recibiese de aquella manera tari fría. -Safira, ¿en cuánto vendistei.s el campo? -,En cincuenta monedas de plata. -¿Como esas que están en el suelo?~dijo Pedro se-• fialando 'las que había dejado caer de sus manos Ananíu lll desplomarse.
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