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174 SILVERIO DE ZORlTA --Muy bien. Pasad. Conducidos por Pedro, entraron en el cenáculo, donde asistieron a algunos ejercicios piadosos, de los que queda– ron muy edificados, y ya anochecido, se volvieron a su casa.. En el camino dijo Safira a su marido : --Estos hombres son :verdaderamente abnegados y per• fectos. Su 1 piedad no tiene compa1·ación con el formulis– mo de nuestros sacerdotes, y su caridad y amor mutuo son completamente desconocidos entre los de nuestra raza. Soy gustosa de que formemos parte de tan santa sociedad; pero, una cosa me preocupa, y es que el día que estos hombre3· mueran p desaparezcan de Jemsalén, cada uno tendrá gue valerse por sus medios. -¿Qué quieres decir con eso? -Pues que darles todo el dinero quiza sea una impru•• dencia. ¿No sería mejor reservarnos parte de la venta? -'Bueno; lo haremos así. Pasaron algunos días. Ananías vendió el campo, y par• te del precio lo entregó a su mujer. Safira, al :ver en sus manos tantas monedas juntas, las contó :varias :veces, con ese regusto que pone el avaro en contar su dinero. Aque• Ha misma tarde Ananías se fué a ver a Pedro. Apenas es– tuvo ante el apóstol, Ananíai se postró ante él muy re• verente. -Levántate-le dijo Pedro_,, ¿Ya :vendiste el campo? -Sí, y aquí tienes el dinero que me han dado por él. Pedro lo cogió en la mano y sintió como si aquellas monedas de plata le quemasen la piel. Clavó sus ojos f'Il

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