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B A J O E L A N I L L O D E L P E S C A D O R 169· ciles. de convencer. Esperó, pues, gozoso la, aparición de los acusados. Un mido extraño se oyó a la .puerta del gran salón don– de estaban reunidos los miembros del. Sanedrín. En medio, de un <piquete de soldados aparecieron dos hombres de aspecto humilde, pálidos y ojerosos. ¡Eran Pedro y JuanL -Poneos en medio-gritó el jefe del pelotón. Pedro y Juan obedecieron. Entre los jueces se cruzaron miradas de inteligencia. Anás, más astuto y más avezado a los interrogatorios ju• diciales, se puso en pie y, dirigiéndose a los acusados, les dijo: -Sabemos que ayer, a Ja hora de nona, aI entrar vos– otl'os en el templo, un hombre tullido os pidió limosna. ' Esto no tiene nada que ver. Los pobres e .imipedidos }_:me- den hacerlo. Pero dicen que vosotros, por no sé qué artes, hicisteis que el enfermo se levantase y, no contentos con eso, hablasteis en público a la multitud. ¿,No sabéis que todo eso os está prohibido? ¿, Con qué poder, o en nombre, de quién habéis hecho :vosotros eso? Siguió un silencio expectante. Pedrn tenía los ojos pues– tos en el suelo. De l'.lronto sintió dentro de sí algo extraordi– nario; se acordó de aquellas palabras del Maestro : ccClHrn• do seáis llevados ante los tribunales, no. os preocupéis pen– sando qué diréis, porque Y o pondré en vuestros labios razones a las cuales vuestros adversarios no podrán con– testan>, y le pareció que en aquel momento tomaban car– ne en su alma. Lleno del Espíritu Santo, abrió Jos lahios, y, ante aquel tribunal adversario, dijo así: ~Príncipes del pueblo, y vosotrns, ancianos de Israel, escuchad. Ya que en este día se nos pide razón, clel bien cprn hemos hecho a un hombre tullido y que se quiere sa.,

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