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168 SILVERIO DE ZORlTA En el templo los sacerdotes terminaron sus ritos, y al salir se encontraron con aquel espectáculo para ellos in– dignante. No 1 pudieron ocultar un gesto de repugnancia. El oficial de la guardia del templo les miró con una mira– da de inteligencia. -¿ Qué hacemos de eHos?-preguntó. '---'Prendedlos y llevadlos a la cárcel. No se puede per-– mitir que engañen así al pueblo, y menos que defiendan tan descaradamente la resurrección de los muertos. '-' j Eh, soldados-gritó el oficial-, echadles mano! Los soldados, que estaban en el atrio de Salomón panr mantener el orden, prendieron a Pedro y a Juan y les lle– varon a la cárcel. -Traidores, podréis bien con eUos-se oyó gritar en– tre la multitud... Los sacerdotes, temiendo se 1 produjese una sublevacíón, desaparecieron. El sermón de Pedro fué de los más :fructuosos. Unos cin"' co mil r~cihieron el bautismo y entraron a formar parte· de la nueva Iglesia. Como el prendimiento fué al atardecer, no se les 1mdo juzgar aquel día. A la mañana siguiente, eu el palacio det Sumo Sacerdote, se reunieron los ancianos, los escribas y los principales del Sanedrín. Entre elfos estaban Anás y CaHás con cara de pocos amigos, -pues no podían olvidar– el fracaso sufrido en la muerte de Jesús. Anás, viejo astuto, no pudo disimular una sonrisa de satisfacción al enterarse de que iban a comparecer ante eJ' tribunal nada menos que dos discípulos del odiado 'Naza– reno. Deseaba tomaI' venganza de ,Jesús, y nunca mejor ocasión. Los creía más senciUos que el Maestro y más íá-
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