BCCCAP00000000000000000000913

n ¡/J ASADOS los ocho días. del nacimiento del niño, J onás, se dispuso ·a cumplir la ley de la circuncisión. Le"· temblaba en la mano el cuchillo de piedra, y los ojos se le humedecían; pero era preciso cumplir. Dirigió con: inu- sitado· fervor la oración ritual, y a los pocos mQmentos 1a sangre del hijo corrió por sus manos. Los que estaban presentes, vecinos y amigos más íntimos, guardaron silen– cio, ese silencio religioso que hace que estas ceremonias no, se olviden jamás. El niño comenzó a llorar y su llanto conmovió a todos, pern de una manera especial a J onás y a su esposa. Según costumbre, después de la ceremonia de la circuncisión, se trató de íloner un nombre al niño. Varios fueron los que se pronunciaron, todos el1os muy conocidos en el pueblo, de Israel, pero J onás, muy decidido, dijo que su hijo se• llamaría SIMON. Todos callaron al oír la opinión del pa– drn, y convinieron en que no era tan feo, ni desconocido, después de que Simón Macabeo le había honrado con sus, grandes virtudes y sus heroicas hazañas. Jonás se sintió satisfecho al terminar la religiosa cere– monia. Para todo israelita no era lo principal el tener un hijo que fuese heredero de los pocos o muchos bienes de· fortuna, ni siquiera el continuador del apeHido de la casa;-

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz