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166 SILVERIO DE ZORITA lla triste cantinela, se detuvieron. Los ojos del mendigo :brillaron de alegría. Abrió la mano temblorosa y gritó : -Hermanos, una limosna... Pedro miró fijamente al enfermo y le dijo : -No tengo oro ni plata. El tullido hajó los ojos al suelo y, entre dientes, se !e oyó decir: :......; j Qué le vamos a hacer! -Míranos-le dijo entonces Pedro. El enfermo levantó los ojos. -Te he dicho que no tengo ni oro ni plata, pero lo que tengo te lo :voy a da1·. El enfermo sonrió un poco burlonamente. -¿Qué le iría a dar aquel hombre, si no tenía dinero? ¿Tal :vez el manto?-y esperó un instante, el instante que Pedro aprovechó para hablar : -En nombre de Jesucristo Nazareno, levántate y anda. El tullido sintió en el mismo momento que sus piernas, hasta entonces esclavas de su enfermedad, se sostenían. :¡ Estaba curado! ... Fué tanta la alegría, que no acertaba a andar despacio, daba saltos como un corzo. Pedro y Juan entraron en el templo, y el tullido detrás de ellos. Al salir, los que le conocían comenzaron a dar gri– tos de alegría. En el pórtico de Salomón no tardó en reunirse una in– finidad de curiosos que le hacían al enfermo mil preguntas acerca de su curación. Algunos no le creían y se fueron al lugar donde habi– tualmente pedía limosna y lo vieron vacío. El milagro era cierto. Aquel que saltaba era el mismo que unas horas ·an– tes había estado solicitando la caridad pública. No tardó

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