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XXI .Y N el cenáculo brillaban las lámparas de aceite. Mar:ía, (___ la Madre de Jesús, ejercía su oficio de Madre univer- sal )Jara con todos aquellos fieles de la naciente ble– sia. Entre la oración y el ayuno pasaban los días, esperando con santa impaciencia que se cumpliesen las palabras de Jesús, enviando al Divino Consolador. El cenáculo era una :verdadera colmena donde todoe trabajaban en el gran negocio de su perfeccionamiento mo– ral, y María era la directora de aquella actividad. Duran– te el día todos estaban ~eunidos en el cenáculo, cerradas las puertas 1 por miedo a los judíos, y por la noche se dis– tribuían por las casas de amigos y conocidos. Así pasaron los primeros días, hasta que Pedro, como jefe de la Iglesia, se levantó en medio de la asamblea y, haciendo con la mano señal de silencio, habló de este modo: -Hermanos, es preciso que se cumpla lo que tiene pro– fetizado el Espíritu Santo 't)or boca de David acerca de Judas, que se hizo adalid de los que prendieron a Jesús, y ·el cual fué de nuestro número y había sido llamado a las funciones de nuestro ministerio. Este adquirió un campo con el precio de su' maldad, y habiéndose ahorcado, re:ven– tó por medio, quedando esparcidas sus entrañas; cosa c¡ue es notoria a todos los habitantes de Jerusalén, por manera que aquel campo ha sido llamado en su lengua Hacélda-

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