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B A J O E l A N I L L O D E L P E S C A D O R 107 rreado sobre el lomo de los camello,,, trillado con ródillos en las eras, aventado, cribado y medido solemnemente y en silencio, estaba ya recogido en trojes o en vasijas de ha~ rro. La uva, vendimiada. entre canciones; el mosto, hri– Jland.o al sol como sangre fresca; los racimos, pisados en el lagar; el vino, envasado en barriles y tinas de barro co– ddo a sol, todo estaba cuidadosamente colocado en luga- 1·es frescos. Los· higos de todas clases, verdes, amarillos y morados, estaban extendidos al sol. Despúés. de un verano caluroso, en el que los arroyos se secaban· y las cisternas · quedaban sin agua, el llegar ·al templo de Y~lÍ:vé CÍ'a para los :judíos la mayor de lás ale;. grías. · ¡ Con qué fervol' 1 pedían las lluvias otoñales· que ha– bían de devolve1; •la vida a la tierra -calcinada! La fiesta de los Tabei·náculos tenía además una. moda– lidad de la que carecían la de Pascua y la de Pentecostés, y eran las tiendas que se levantaban en plazas y terrados con hojas y estacas en forma de tabernáculos y en las que los peregrinos pasaban los siete días que duraban las fiestas. Los primeros días eran los más conmovedores. Mien– tras en las cornisas y ventanales del templo brillaban las lámparas de aceite, el coro de levitas, colocados sobre las quince gradas de piedra que había entre el atrio de los hombres y el de las mujeres, entonaban los salmos graduales. En aquellas noches de verano, silenciosas y tachonadas de estrellas, aquellos cantos y aquellas luces producían en el alma la más 1 profunda emoción. El último día se destinaba a la oración de rogativa, en la que se pedía a Yahvé la lluvia para los campos 1·esecos. Este día tenía su rito especial. Mientras en el templo se ofrecía el sacrificio de la mañana, un sacerdote sacaba agua con un jarro de oro de la fuente de Siloé y la llevaba
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