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B A J O E L A N l L L O D E L P E S C .A D O R 111 c1ue calmar con la misma dulzura que lo había hecho otrrui veces. Pasado eJ deplorable incidente de los hijos del trueno, continuaron la marcha hasta llegar a Jericó, la famosa du– dad cuyas murallas cayeron en otro tiempo al sonido de las tro:mpetas de los ejércitos del gran Josué. .Como en todas las ciudades, había también en Jericó una aduana, y el aduanero era conocido en toda la ciudad por su pequeña estatura. Se llamaba Zaqueo y era de ca– rácter 'bonachón. e infantil. .Zaqueo había oído hablar mucho de Jesús, y,. enterado de que iba a pasar junto a su aduana, decidió verle desde nn escondite. Dejó, pues, un suplente en el mostrador y se dispuso a realizar su 'Proyecto. Como era tan pequeño y la multitud que seguía a Jesús era enorme, s~ dijo: ~Si me quedo aquí; no le voy a poder. ver bien; subi– ré, •pues, a aquel sicomoro, y desde él yeré a Jesü~ tran'.'" quilamente, .sin que él me. vea. Subió al árbol, ,.se escondió entre el follaje y esperó'. Cuando llegó Jesús junto a .él, levantó los ojo~ al árbol y dijo. a Zaqueo : -Baja pronto, Zaqueo, que quiero hoy hospedarme– en tu casa. El humilde aduanero sintió como si. todo su ser se hu– biera· renovado. Bajó inm~diatamente del árbol, saludó a Jesús un poco sonrojado y trató de suplir su peque1iez fü,ica con la ge– nerosidad de su corazón. -,Señor-,dijo Zaqueo-', sé q1;1e mi oficio de aduanero

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