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114 SILVERIO DE ZORIT4 Cuando ,ya en el cielo parpadeaban las estrellas, llega– r:on a Betania. Jesús se despidió de :todos y se dirigió con sus apóstoles a · casa de Marta, ,que le estaba esperando con la cena preparada. Al día siguiente Jesús, acompañado d,e sus apóstoles y de mucha gente que había venido de Jerusalén a recibir– le, reanudaron su marcha hacia la Ciudad Santa. Cerca de la aldea de Betfagé, Jesús dió a Pedro y a Juan este recado: -Id a esa aldea que está ahí, y al entrar en ella en• confraréis un horriquito sobre el cual nadie ha montado. Desatadlo y me lo traéis. Si alguno os dijese por qué le desatáis, le decís que el Señor lo necesita, y al instante os Jo dejará. La mañana era deliciosa. El sol brillaba como un disco de oro, y a lo lejos se divisaban las torres del templo res– plandecíentes como un incendio. Para todo corazón israe. lita, aquella vista del templo era sobre manera emocionan– te. Jesús miró una :vez más aquel magnífico cuadro y .sin– .tió que los ojos se le llenaban de lágrimas; Por la suave cuesta del monte de los Olivos subieron Pedro y Juan con el pollino. Era joven y nadie había mon• (ado en él. Jesús subió sobre el animal y ordenó la marcha. Los apóstoles, entusiasmados con aquella decisión del ,Maestro, creyeron :ver llegada la hora de la inauguración del reino mesiánico; se quitaron los mantos y los extendie– ron por el suelo, a guisa de alfombra. Mateo recordó las palabras del profeta Zacarías: -«Decid a la hija de Sión : , he aquí que tu rey viene a ti manso y montado sobre un asno.» Pedro, al oírlas, se excitó de tal manera que, sin pen- 6ar en la trascendencia que podrían tener las suyas, gritó con toda la fuerza de sus pulmones : ,

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