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130 SILVERIO DE ZORITA enorme, tanto, que por los poros de su cuerpo comenzó a brota1· un sudor de sangre que llegó a caer en el suelo. En aquel momento vió una luz resplandeciente qu~ se acercaba a É}. ¡ Era un ángel del cielo, que le mandaba m Padre para que le consolase, ya que en la tierra no lo ha– bía ,podido encontrar! Si sus más íntimos seguían durmien– do, su Padre estaba muy despierto y no le abandonaba. Aquella visita del ángel fué para· Jesús como un vaso de agua fresca al sediento que desfaHece en un desierto. Se levantó, fué a ver a sus ap6stoles y los encontró dormi• dos... Esta :vez era Jesús el que les iba a dar ánimo a ellos. Les. tocó suavemente en el hombro y les dijo con un tono de :voz lleno de entereza y de amarga ironía. : --Dormid ya y descansad. Pedro se clespertó des¡lavorido. -¿ Qué pasa, Señor?-preguntó, restregándose los ojos. -,Ha llegado la hora-contestó Jesús-; he aquí que el Hijo del Hombre es entregado en manos de los pecadore'3. Levantaos, vam?s• Ya se acerca el que me ha de entregar. Los tres apóstoles se levantaron mecánicamente. Puer.;~ fos de pie miraban al Maestro sin acertar a explicarse lo que ocurría. Les parecía que todo era una pesadilla. Pero no; estaban despiertos. Jesús era el que estaba de- lante de ellos. · Se oyó ruido de gente en la cerca misma del huerto. Algo grave iba a pasar, y se a,pretaron mater.íalmente. a Jesl'i.s. Por. entre las ramas de los olivos. pudieron distinguir un r!-'lsplandor que bajaba poi, ia ladera del torrente Ce~rón. Eran teas que alumbraban la oscuridad del .barranco. Lue-
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