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XVIII /J OR las calles solitarias de Jerusalén caminaba Pedro sin acabar de explicarse lo sucedido en el huerto de Getsemaní. · Una inmensa tristeza le oiprimía y le ahogaba. Cruzo varías calles estrechas y oscuras, a fin de no perder de vis– ta el grupo de :forajidos que llevaban preso a Jesús. La¡¡ piernas le temblaban, como si en ellas se hubiese concen– trado todo el frío de la noche. Su misma sombra le horro– rizaba e infundía miedo. En el cielo, tachonado de estre· llas, la luna clara de Nisán es}:larcfa su luz pálida. Los pe– rros ladraban desesperadamente, excitados por los gritos y la algazara de los soldados. Algunos grupos de hombres y de mujeres de vida libre pasaron varias veces junto a Pe– dro sin mirarle~ Esto le tranquilizó. Al menos ellos estaban completamente ajenos a lo sucedido en el huerto de los OH– vos. En una bocacalle se encontró con un grupo que hablaba de Jesús. Al oírlos, Pedro tembló de píes a cabeza, creyó ver– se descubierto y, para· e:vitar ·un posible prendimiento, que– dó rezagado en la esquina de la calle, buscando refugio en la sombra proyectada por un muro. Sorteado felizmente este_ contratiempo, siguió mirando a todas partes hasta llegar al palacio del sumo sacerdote, donde, según había oído decir, sería juzgado Jesús. A medida que iba caminando, 1·evólv:i'a
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