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136 SILVERIO DE ZORITA en su imaginación la forma de poder estar cerca del Maes• tro, Su gran amor no había disminuído. El trágico grwpo que llevaba a Jesús maniatado llegó al palacio del sumo sacerdote Caifás. *** Era el palacio uno de los edi:6.dos más. amplios y más eler gantes de Jerusalén. Constaba de un gran cuadrado, hecho todo él de piedra y ladrillo. Las habitaciones eran espaciosas– y adornadas con el lufo que una ;imaginación oriental es ca– paz de reunir en una casa donde el dinero entra en abun~ dancia. En medio del cuadrado, un gran patio destinado a jardín y a lugar de diversión. Como el edificio era más que suficiente para el ser.vicio de Caifás y sus criados, ha• hía éste cedido ,parte a su suegro Anás, :viejo político, :t cuyas mañas y chanchullos debía Caifás su ascensión al sumo pontificado. Caifás quiso tener una deferencia para , con su suegro, y, apenas se enteró de que había Hegado eI Profeta de Nazaret, se le mandó para que lo viese y para que le preguntase si quería hacerlo. Pedro llegó a la puerta del patio, pero no entró hasta que Juan, que era conocido del sumo sacerdote, habló a l.a portera. Esta, curiosa, como toda mujer, miró a Pedt·o fijamente, pero nada Je dijo. La extrañó aquel hombre desconocido, en aquell'a noche, pero esperó a hablarle en mejor ocasión. Siguióle con los ojos, y cerró la puerta. En un a1,1gulo del patio estaban los soldados que habían ú;aído ipreso a Jesús. .Como hacía algo de fresco, pues ya: ~~a avanzando la noche, encendieron un brasero para ca~ lentarse. Entre palabras soeces y fuertes carcajadas co– mentaban la .escena del huerto de Getsemaní.
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