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146 SILVERIO DE ZORITA tible. Pedro creyó morir. Clavó los ojos en el suelo. No se atrevió a ponerlos en Aquel a quien tan cobardemente ha– bía negado, y volvió a llorar. Esta vez su llanto tuyo mez– cla de pena y de gozo 'indecibles... ~Pedro, no llores-le dijo entonces Jesús-. Tu peca– do está perdonado. Un grito, mitad suspiro, mitad gozo, se escapó del pe• cho del apóstol arrepentido. 'i Sus lágrimas habían horrado definitivamente su triple negación!; *** Cuando Pedro volvió donde estaban los demás fieles, todos notaron en su rostro algo extraño, pero nadie se atrevió a preguntarle, pues sabían lo apenado que estaba, Fué él mismo el que les dijo que el Maestro se le había aparecido resucitado. Aún estaba hablando Pedro, cuando a la ))uerta se sin– tieron unos golpes precipitados. Magdalena salió a abrir, creyendo que alguien vendría a dar nuevas noticias ·del Maestro. Eran, en efecto, dos discípulos que habían salido aquella misma tarde ca~ino de Emaús. , -Entrad-les dijo Magdalena, loca de contento'-. El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Pedro. Entraron los dos discípulos y contaron a todos como Jesús les había acompañado y cómo le habían conocido en la manera de parti-r el pan. -Apenas terminaron de contar los de Emaús su historia, una luz extraña llenó la sala. 'Jesús estaba delante de ellos, a pesar de estár todas las ,puertas cerradas. Sorprendidos por ,aquella súbita aparición, creyeron que se trataba de un fantasma.
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