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)56 SILVERIO DE ZORITA -En verdad te digo'---+afirmó Jesús con juramento-que cuando eras joven .tú mismo te ceñías e ibas donde que– rías; mas cuando envejezcas, extenderás tus manos y te. ce– ñirán y te llevarán a donde no quieras... Las palabras misteriosas de Jesús quedaron flotando en el aire como un vaticinfo. * * * Por la arena dorada de la playa comenzaron a andar Jesús y Pedro; Juan iba detrás. Pedro, al :verle tan cerca, preguntó a Jesús en voz baja, como el que hace una con• fidencia: -Señor, ¿y éste, qué? Las palabras que el Maestro le había dicho a él le ha– bían intrigado, y quiso saber también algo del destino del disc:íipulo amado. La curiosidad del apóstol recibió la respuesta merecida. : -;.Si Yo quisiera que éste permaneciera hasta que Yo venga, ¿a ti qué? Tú sígueme. Pedro comprendió, por la respuesta enigmática de Je– sús, lo imprudente de su pregunta, y no volvió a abrir los labios. Algunos días mas tarde, cercana la fiesta de Pentecos– tés, Pedro y sus compañeros volvieron a forusalén, según mandato del Maestro. Vendieron las harcas, las redes y todos los demás utensilios de pescar, y se despidieron para síempre de aquellos lugares santificados por la presencia y los milagros de Jesús, Pedro distribuyó entre los pobres lo que sacó de la venta. Llegaron a Jerusalén al caer la tarde. Nadie se preocu– po de ellos. El «caso» de Jesús se había olvidado por com-

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