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104 SIL v·E R I O DE Z O RITA de cerca, llevados de esa innata curiosidad de todos los– peqneños. Los apóstoles, al ver reunidos tantos niños en tomo a Jesús, y éreyendo qne le molestarían con sus gri– tos e impertinencias, comenzaron a despedirlos. En mala hora lo hicieron, pues se levantó tal griterfa que no :fué posible acallarla. Jesús, reprendiendo dura– mente a los al>óstoles, les dijo : -'Dejad que los niños se ~cerquen a Mí. Pedro y los que le habían ayudado en la ímproba la~ hor de desalojar· de allí a tanto chiquillo, quedaron corri– dos. Las sonrisas de las madres y los gritos· atronadorei; de los niños llenaron el aire, y Jesús se sintió feliz vivien– do aquella escena. Se sentó en una piedra, a guisa de ca– tedra, y poniendo sobre sus rodillas a uno de los mis– desharra))ados, le abrazó, le besó y le estrechó contra su corazón. Las madres, al ver aquello, no cabían en sí de gozo. Era el mediodía. Los niños estaban sucios de andar en– tre el polvo y el barro, pero no impresionó a Jesús, que o/ sobre todo, :veía en ellos la sencillez y la pureza de su alma. Terminada la eseena enternecedora de los niños, reanu– daron la marcha hacia Jerusalén. Al salir de una aldea, un joven se acercó a Jesús y le· preguntó: -"Maestro bueno, ¿qué he de hacer yo para alcanzar la vida eterna? :....+¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios. Ya sabes los Mandamientos. No matarás, no adulte-
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