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8 S J LV E R 1 O DE Z O RrJ TA venga el Mesías lo primero que hará será tratar con mano dura a ese hipócrita adulador de los romanos. La Ciudad Santa volverá a gozar de días de esplendor, el culto de su templo será más grandioso que nunca y los hijos de Yahvé seremos los dueños absolutos de la tierra. Las pa– labras dichas a nuestro padre Abrahán se cumplirán al )_:>ie de la letra, y las estrellas del cielo y las arenas del mar serán la imagen más feliz y perfecta de la prosperidad de nuestro pueblo. -Veo que te exaltas hablando de la era mesiánica-dijo el más 'Viejo-:', y esto me prueba que eres verdadero israe:; lita. Hacen falta muchos hombres como tú, que unan a su valor la más sentida religiosidad. Desde que los hermanos Macabeos depusieron las armas, no ha vuelto a surgir ni un solo israelita que haya tratado de defender a nuestro pueblo. No te preocupes. El Mesías está cerca, y su brazo fuerte nos salvará de esta maldita canalla que ahora tan vilmente nos oprime. -Guerra sin cuartel al invasor'---'gritó el joven, levan– tando en alto su bastón-. ¡ Guerra a los opresores de-I pueblo más grande de la tierra! ... * * * En estas conversaciones llegaron a Betsaida. Las calles, estrechas y sucias, desp~dían un olor acre propio de fo: pesca y de los establos. Las mujeres, con el rostro cubier– to, barrían la entrada de las casas, y los niños, sucios y desharrapados, comían higos secos, sentados en unas 1 piedras que servían de asiento a las personas y de pesebre a las bestias. En algunos rincones, varios hombres remendaban afanosamente sus redes. Se acercaron a ellos los dos viajeros,

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