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gestiones oportunas para hacerse cargo de la imagen y traerla cuanto antes a su iglesia. Así se hizo, con toda felicidad, y el día 8 de mayo de 1939, juntamente con otras muchas valiosas obras de arte, principalmente pinturas del Museo del Prado, la imagen de Jesús Nazareno salía de Ginebra y, en tren directo y especial, pasaba por Francia, entraba en España y llegaba a nuestra capital el 13, por la noche. La imagen fue bajada del tren en la estación de Pozuelo de Alarcón y llevada a la iglesia de la Encarnación, de Madrid, donde quedó depositada hasta el siguiente día, señalado para su entrada triunfal en la villa. Fue precisamente domingo, y un domingo de mayo radiante y esplendoroso como pocos. Madrid entero se había volcado en las calles por donde había de pasar la imagen. A las cuatro y media de la tarde comenzaba la solemne procesión, a la que asistieron las autoridades civi– les y militares, nuestros religiosos de los conventos de Madrid y El Pardo, varias secciones de Falange, con ban– da, y una compañía de Infantería, con banda también. Fue momento verdaderamente emocionante aquel en que la imagen, sacada de la iglesia en hombros por cuatro religiosos sacerdotes, revestidos de casulla, fue saludada por la ingente muchedumbre, mientras las bandas inter– pretaban el Himno Nacional. En medio de vivas entusiastas, de devotos cánticos y aclamaciones delirantes, precedida de unos seiscientos, en– tre Flechas y Pelayos, que agitaban en sus manos blancas palmas, traídas expresamente de Elche, semejando aquello la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, la imagen del Nazareno fue recorriendo la plaza de la Opera, Arenal, Puerta de Sol, Carrera de San Jerónimo y Medinaceli, y llegaba a su iglesia, deteniéndose ante ella para recibir las 87

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