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nes que más se han dífundído y hecho más populares entre los fieles . Al propio tiempo , forzoso es atestiguar que, bien exa– minado el caso, entre esos favores, derramados a millares bondadosamente por Jesús Nazareno, no encontramos pro– digios estupendos ni milagros de primer orden: son más bien gracias a primera vista ordinarias, que sólo sabe esti– mar y apreciar el que las pide y las recibe: una colocación imprevista, un socorro inesperado, un peligro superado o una enfermedad vencida. Y sobre todo Jesús Nazareno, el rescatado, sigue en su empeño de rescatar a los hombres más bien que de sus males físicos, de su cautiverio espiri– tual , atrayendo y conquistando las almas. Por eso hace– mos en un todo nuestras las siguientes palabras escrítas ya en 1705: "Resplandece con especialidad en trocar corazo– nes obstinados y convertir con su vista a los pecadores más endurecidos en sus vicios ." Esa es, efectivamente, la experiencia de siglos pasados, la misma que hoy se tiene. Esta devoción ofrece, no obstante, singularidades muy dignas de nota y ha tenido manifestaciones que llaman poderosamente nuestra atención. En primer lugar está la de besar los pies de la sagrada imagen. Es, al fin , un modo sencillo y expresivo de mani– festar nuestro amor y de presentar nuestra oración. Ya eso era tradicional y antiguo entre muchos de sus devotos y se ha incrementado notablemente sin alicientes ex~ernos de ninguna clase ni palabras o consejos que a ello inciten o estimulen; ha sido y es un movimiento espontáneo de fervor popular. Así en 1895, año en que a los Capuchinos les fueron entregadas la imagen y la capilla de Jesús, se permitía ya esa adoración en todos los viernes del año, pero sólo por la mañana y a hora determinada, a las doce y media; el número de personas que los hacían, era muy reducido. Cuatro años después, en 1899, al tener lugar la 72

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