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En 1890, como dijimos, fueron derribados totalmente el convento y la iglesia de San Antonio del Prado . Sus bellas imágenes fueron distribuidas entre varias parroquias de Madrid . Parecida suerte cupo a la iglesia y convento que habían sido de los Padres Trinitarios Descalzos. En cambio, la capilla de Jesús, para que no fuese derribada, fue adquirida por la duquesa de Santo Mauro, la cual, en nombre de su hijo, menor de edad y duque de Medinaceli, y a ruegos del P. Joaquín de Llevaneras, la cedió genero– samente a los Capuchinos, y de ella tomaron posesión el 7 de julio de 1895, así como de la casa contigua y de cuanto en una y otra había. Justo es consignar aquí como se encontraba entonces aquella capilla del Nazareno. En primer lugar se destacaba el retablo del altar mayor, hecho de ricos mármoles; en su intercolumnio estaba colocada la imagen de Jesús. Los fieles podían subir a adorarla fácilmente por una escalera interior que daba acceso al camarín, en el que había un altar para poder decir misa; se daba vuelta a la imagen y, así cómodamente, podían los fieles satisfacer su devoción imprimiendo un fervoroso beso en los pies del Nazareno . En esa capilla, ya que otro nombre no merecía, pues sus reducidas dimensiones eran de solo 15 metros de larga por siete de ancha, había también varios altares dedicados a la Sagrada Familia, a la Virgen de la Divina Providen– cia, a la Inmaculada; en otros se guardaban cuidadosa– mente las reliquias de San Francisco de Borja, encerradas en rica urna de plata que pesaba varias arrobas . Mas, como siempre, lo que allí más llamaba la aten– ción del visitante era sin duda alguna la imagen de Jesús. Su culto había decaído bastante por estas fechas que his– toriamos, es decir, cuando a los Capuchinos les fue entre– gada la capilla con todo cuanto en ella se encerraba. Según 70
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