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conventos, sus iglesias, cuanto tenían, no por unos años, sino, para la mayor parte de ellos, para siempre. Los Trinitarios Descalzos abandonaron también su con– vento, y bajo inventario firmado el 20 de enero de 1836, entregaron "los muebles e inmuebles del convento de Jesús Nazareno de esta villa y corte de Madrid", y emprendieron el camino de su calvario y para muchos el de su destierro. Mientras tanto la sagrada imagen de Jesús quedaba en su antigua capilla. Poco después se cerraba al culto, siendo la imagen llevada, no sabemos por qué motivo ni con qué finalidad, a la iglesia de Montserrat, que era la del Hospi– tal de la Corona de Aragón, sito en la plazuela de Antón Martín. Más tarde, sin que podamos fijar fechas, era tras– ladada a la parroquia de San Sebastián. A una y otra parte siguió a la imagen la Esclavitud de Jesús para tribu– tarle en ambas iglesias el homenaje de su amor y devoción. Finalmente, en 1846, por Real Mandato, volvía a su capi– lla, quedando un sacerdote encargado del culto en calidad de capellán, y siguiendo también la Esclavitud celebrando los actos acostumbrados en su honor, entre ellos la solem– ne fiesta del primer domingo de septiembre y a continua– ción la novena. Aquí siguió ya la imagen sin nuevos traslados, mientras que a los restos del extinguido convento de Trinitarios venían a vivir primero las Religiosas Concepcionistas de Caballero de Gracia y más tarde las Agustinas de la Mag– dalena, utilizando también unas y otras la capilla de Jesús Nazareno. A ella fueron a parar algunas imágenes de la antigua iglesia de los Padres Trinitarios, entre otras, el grupo de la Sagrada Familia en su huída a Egipto, que constaba de seis figuras de tamaño natural, obra escultórica de Manuel Gutiérrez y de bastante mérito, la que por desgracia fue 67

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