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embocadura del río Sebú, y que al propio tiempo servía de defensa, podía, en un momento de apuro, ser enviado a la Península en demanda de socorro, había sido retirado de allí. El 26 de abril de 1681, a las ocho o nueve de la noche, cuantos se encontraban dentro de los muros de la fortale– za, vieron con sorpresa cómo un ingente ejército, que no bajaba de ochenta mil hombres, se acercaba a la plaza e iba tomando los puntos estratégicos, poniéndoles cerco . Sus defensores eran entonces solamente 276 hombres, en su mayoría poco decididos a la pelea. En el corto tiempo de hora y media se hicieron dueños los moros de tres de los fuertes, no obstante que el gobernador y demás oficia– les pelearon con valentía; y, al apoderarse de dichos fuer– tes, se privó a sus defensores del agua, de modo que les fue aun más difícil sostener aquella crítica situación. Sola– mente la torre de poniente peleó heroicamente durante algunos días, pero al fin fue volada. En trance tan difícil y apurado, sin agua con que abastecerse los soldados y de– más gente, sin casi municiones ni artillería con que pelear, fue forzoso levantar bandera blanca y rendir la plaza, para salvar la vida de los sitiados. Así se hizo el 30 de abril, después de establecer previamente las condiciones, entre las cuales una era que cuantos se encontraban en Mámora, quedarían en calidad de prisioneros, a excepción de seis: el gobernador, el veedor, dos sobrinos de éste y los dos capuchinos que en aquel tiempo hacían de capella– nes, cuyos nombres conocemos: PP. Andrés de La Rubia y Jerónimo de Baeza. Ese mismo día entraron los moros en Mámora y se adueñaron de todo cuanto en ella había, considerándolo como botín de iuerra. Gran consternación causó en toda España la noticia de la pérdida de aquella fortaleza. Se consideró más tarde 33

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